Raíces
Hace tiempo una amiga, estando en casa, nos dijo esta frase que ha venido muchas veces a mi cabeza: En pocos lugares hay un contacto tan directo entre el producto y quien lo consume.
Ese comentario suyo, aparentemente leve y espontáneo a mi percepción, tal vez refleje un sentir-deseo latente, común, no dicho; pero no por eso menos real.
Hay cosas silenciosas que están ahí, pero que cuando alguien les pone nombre, o las dice, las cuenta, parece que siempre existieron.
El nuestro, como mundo, es un mundo cínico, de muchas apariencias… eso ya está muy hablado. Casi cansa. Pero las personas, en nuestro interior, siempre reconocemos las cosas que son verdaderas.
Hoy, no para de hablarse de las cosas que venden, que dan la imagen de que la nuestra es una empresa, un proyecto con valores. Por eso hablamos de responsabilidad social corporativa, de comida orgánica, sostenibilidad, ecología, de farm to fork, de kilómetro cero… de muchas cosas nobles. El nuestro es un mundo tan frívolo que es capaz de hacer esto, de utilizar lo que sea para su propio interés. De usar palabras gastadas que no significan nada, que no han sido vividas, recorridas.
Hoy en día hay pocas experiencias que lleguen hasta el fondo de las cosas. Pablo D´Ors decía que el hombre está hecho para la calidad de experiencias, no para la cantidad. Es tan difícil estar tranquilo, sereno, en tu circunstancia. Es más fácil “llenarlo” todo de ruido.
En este contexto de imágenes, en este universo simbólico, se inserta el libro del Celler de Can Roca, Ignacio Medina y Sacha Hormaechea, Raíces. Tuvimos la suerte de ser incluidos en el libro e invitados a su presentación el pasado miércoles en el escenario maravilloso del Jardín Botánico en Madrid, con esos colores amarillos, rojos.
Escribe Ignacio Medina:
Continúa diciendo…
“Los restaurantes que van más allá se afanan por explicar al comensal que los productos que ofrecen se cultivaron de forma orgánica y natural, que se criaron siguiendo las pautas tradicionales de la trashumancia o que la pesca se concretó de manera responsable y sostenible, respetando los fondos marinos y asegurando la supervivencia de las especies, pero dejan a un lado la referencia a quien decidió cultivar esa variedad menos productiva y lo hizo de otra manera, el nombre del responsable de la perpetuación de las razas que la mayoría abandonó por falta de rentabilidad o el del pescador que decidió pescar menos y mejor, para conservar su forma de vida y nuestro patrimonio. Olvidan lo fundamental, que los agricultores, los ganaderos y los pescadores tienen caras, nombres y apellidos, que sus fincas y sus barcos también tienen nombres, como los tienen sus artes de pesca, que su ganado procede de razas específicas. El mercado está cambiando y crece un modelo de cliente nuevo, que empieza a demandar mucho más que la responsabilidad y la sostenibilidad. Hace tiempo que las grandes redes comerciales convirtieron esos principios en etiquetas que pierden contenido cada día, solo les va quedando el enunciado. El mercado siempre va por delante y demanda nuevos compromisos. Para empezar, contendido, identidad y consecuencias.”
Todos necesitamos raíces, relatos, realidad.
Qué palabra bella y olvidada es el pudor.