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LENTITUD

El buey marca los tiempos en El Capricho. Nuestras vidas y nuestro trabajo se acompasan a su ritmo. Bajamos el tono de voz y nuestros pasos se ralentizan y se asordinan cuando entramos en sus terrenos y nos acercamos a ellos, procurando no perturbar el mundo lento y silencioso en el que habitan, donde nada supera el umbral del sonido que establecen el viento y su propia respiración. Nos contagiamos de ese ritmo y de esa ausencia de ruido para pasear entre ellos sin sobresaltarlos, para acariciarlos y cepillarlos despacio y darles de comer. Ellos se dejan hacer, complacidos. Lentos y silenciosos se suceden también los días, las estaciones y los años, más de diez a veces, permitiendo que los bueyes maduren sin prisa, cada uno a su ritmo, hasta alcanzar la plenitud que antecede a su sacrificio.